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domingo, 8 de noviembre de 2015

¿Es cierto que los empresarios manejan el Perú?

En septiembre del 2014, una encuesta de Ipsos Perú reveló que el 49% de los limeños consideraba a las empresas privadas como instituciones confiables. Un cuarto de siglo antes, en 1989, la proporción de personas que contestaba de manera similar a la misma pregunta era casi idéntica: 48%.

Hay un cuarto de siglo de distancia entre ambas encuestas, y el contexto en el que se realizaron no puede ser más diferente. Recuérdese que en 1989 el Perú estaba sumido en una estanflación que se volvió caso de estudio para libros de texto y escuelas de economía. El divorcio entre el Estado y un sector empresarial privado que había plantado cara al modelo económico heterodoxo del gobierno aprista era total. Recuérdese también que la fallida estatización de la banca fue la reacción de Alan García ante la baja ejecución de inversiones en la economía nacional por parte de los célebres ‘Doce Apóstoles’, ese grupo de empresarios que supuestamente sesionaba con el mandatario y que habría sacado provecho de las políticas proteccionistas de los dos primeros años del aprismo.

ENFRENTADOS

No eran tiempos en los que pudiera afirmarse que los empresarios manejaban el país. De hecho, como resultado del cisma entre Estado y sector privado, la Encuesta del Poder –que esta casa editora realiza todos los años– prácticamente no registró nombres de empresarios en sus top ten desde el inicio del primer gobierno aprista hasta 1994. En ese lapso, apenas dos veces apareció Dionisio Romero Seminario (1987 y 1990), y ambas fueron en el décimo lugar. Con la recuperación económica de inicios de los noventa, el empresariado volvió a aparecer más arriba en el listado. Esa época coincide, además, con un pico de confianza de la población hacia las empresas privadas: un 65% que nunca más ha podido alcanzarse, ni siquiera durante la bonanza económica de la década del 2000.

Lo último instala una proposición de fuerza: cuando la empresa y el gobierno apuntan en una misma dirección, la confianza de la población en los empresarios mejora. El indicador registró sus puntos más bajos (entre 36% y 39%) entre el 2001 y el 2004, luego de la difusión de los videos que develaron la corrupción que trajo abajo el gobierno de Alberto Fujimori. Pero desde entonces retomó una senda de crecimiento que se prolongó hasta el 2011, hacia el final del segundo gobierno aprista. Desde el 2007, además, la Encuesta del Poder volvió a incluir a dos empresarios en su top ten, algo que no sucedía desde 1982.

REGIONALIZACIÓN

Sin embargo, atribuir al auge económico toda esa recuperación de confianza en la imagen empresarial sería ver el árbol, y no un frondoso bosque. La regionalización, aún atolondrada, transformó desde el 2002 la actividad empresarial: muchas decisiones de gasto y contratación dejaron de tomarse en Lima y comenzaron a pactarse en provincias. Así, mientras la ola de tratados de libre comercio permitió a muchas empresas mirar al mundo –y por ende las obligó a adoptar mejores prácticas–, las formas de mercantilismo heredadas de antaño pasaron a tener réplicas en diversas zonas del país, con caudillos locales cada vez más poderosos y ávidos de poder.

Y si en los ochenta el empresariado bloqueó la política económica del gobierno, en los últimos años se ha venido viendo cada vez con más frecuencia lo inverso: un gobierno que pone trabas y dificulta proyectos claves.

ÁNGELES EMPRESARIALES

En tal escenario es posible afirmar que si en algún momento se pensó que 12 apóstoles dominaban el país, hoy éste ha mantenido cierta estabilidad en el rumbo económico gracias a cientos de ‘ángeles’ empresariales que han acudido en los últimos tiempos al salvataje de las líneas básicas de un modelo trabado. Los acompañaron en ese esfuerzo decenas de ‘arcángeles’ de grandes empresas que supieron expandirse por el mundo en el momento correcto y miles de ‘querubines’ de pequeñas empresas que ya abastecen más del 50% de las compras del Estado.

No obstante, a la vez todos coexisten con muchos demonios subyacentes de las prácticas del pasado, diseminados a lo largo de la compleja geografía del país, y con uno principal: la cuenta pendiente del gran empresariado para hacer política activa y, así, alinearla con la economía.

En tiempos en que los dos principales grupos locales (Romero yBrescia, los principales sobrevivientes de los apóstoles de antaño) han cambiado de cabezas, se abre la interrogante respecto de si los próximos treinta años permitirán saldar esa deuda y cambiar –para bien– el sentido de la afirmación “los empresarios dominan el país”.

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