Es fundamental marcar una vez más las diferencias entre "estar solo" y "sentirse solo" como dos estados diferentes que a menudo se confunden por creerlos exactamente iguales. Tal vez el motivo de esta confusión esté en que como cada persona percibe la soledad de una manera distinta resulta difícil de explicar la causa por la que estos dos estados difieren el uno del otro. Por esta razón, la diferenciación de estos dos términos queda sujeta a una interpretación subjetiva con lógicos errores.
Muchos expertos afirman que "estar solo" puede asociarse a sentimientos positivos, mientras que "sentirse sólo" se relaciona a lo negativo; sin embargo, semejante aseveración continúa siendo insuficiente y exacerba muchas dudas.
En cambio, el aislamiento social, también conocido como social withdrawal, se presenta cuando una persona se aleja totalmente de su entorno de manera involuntaria, aunque pueda pensarse lo contrario. Esto es más frecuente en personas de todas las edades, como consecuencia de hechos traumáticos, de haber sido víctima de bullying o como parte de alguna condición médica como la depresión.
La colaboración, la comunicación y la interacción con otros marcan el día a día de cada uno. A veces escuchar música o recurrir a cualquier otra actividad para evadir el entorno, como navegar en redes sociales, es un buen hábito.
Es innegable que existen momentos y también ambientes tóxicos ante los que uno busca protegerse. En ese caso, cualquier barrera de protección es en cierta forma un modo de huida.
Lamentablemente, en la actualidad, la tecnología ha cambiado los canales de comunicación, de manera que no hace falta hablar para comunicarse: a través del correo electrónico u otros medios se realizan muchas de las interacciones o relaciones laborales.
Esta nueva forma de tomar decisiones establece canales de comunicaciones informales y aunque preserven algún tipo de contacto, atentan contra la camaradería y el buen ambiente en cualquier lugar y en cualquier momento. Tan solo porque cohíben la posibilidad de abrir los oídos a lo que sucede alrededor y le resta valor a lo que se genera a través de la interacción directa o física, porque escuchar lo que sucede alrededor hace que salte la chispa y surja una asociación de ideas que aumenten la probabilidad de pensar cosas nuevas o de mejorar lo que se está haciendo.
La soledad interfiere en una gran cantidad de funciones diarias del cuerpo, como los patrones del sueño, la atención y el razonamiento lógico y verbal. El funcionamiento de estos efectos aún no es claro, pero se sabe que el aislamiento social genera una respuesta inmune extrema, una catarata de hormonas del estrés e inflamación, una confusión en el sentido del tiempo e inestabilidad mental.
En los años 50´ y 60´ se rumoreaba que China utilizaba el aislamiento para "lavar los cerebros" de los prisioneros estadounidenses capturados durante la Guerra de Corea y los gobiernos de Estados Unidos y Canadá estaban más que dispuestos a probarlo. Entonces, sus departamentos de Defensa financiaron una serie investigaciones que hoy en día serían cuestionadas.
El trabajo más grande se hizo en el centro médico de la universidad McGill, en Montreal, liderado por el psicólogo Donald Hebb. Los investigadores pagaron a voluntarios, principalmente estudiantes, para que pasaran días o incluso semanas aislados en cubículos a prueba de ruidos y privados de cualquier contacto humano significativo.
Su objetivo era reducir la estimulación sensorial al mínimo y ver el comportamiento de los individuos cuando no sucedía absolutamente nada. Se redujo al mínimo lo que ellos podían sentir, ver, oír y tocar.
Apenas pasadas unas horas, los estudiantes se volvieron increíblemente impacientes. Necesitaban estimulación. Comenzaron a hablar, cantar o recitar poesía para romper con la monotonía. Muchos se volvieron ansiosos o altamente sensibles. Su desempeño mental también se vio afectado a la hora de realizar pruebas de aritmética o de asociación de palabras. Los efectos más alarmantes fueron las alucinaciones. Comenzaban con puntos de luz, líneas o formas y eventualmente se convertían en extrañas escenas, como ardillas marchando con sacos sobre sus hombros. Ellos no tenían control sobre sus visiones: uno de los hombres solo veía perros; otro, bebés.
Algunos también experimentaron alucinaciones sonoras, por ejemplo, una caja musical o un coro. Otros imaginaban que los tocaban y uno de los hombres sintió que una bala le impactó en el brazo.
Cuando salieron del experimento, les resultó difícil librarse de este sentido alterado de la realidad: estaban convencidos de que el cuarto se movía o de que los objetos cambiaban constantemente de forma y tamaño.
Los investigadores esperaban poder observar a los sujetos durante varias semanas, pero la prueba fue acortada porque se los veía muy angustiados como para continuar. Muy pocos duraron más de dos días y ninguno llegó a la semana. Hebb escribió luego en la revista American Psychologist que los resultados eran "muy perturbadores".
¿Por qué el cerebro se comporta así al estar privado de los sentidos? Los psicólogos cognitivos creen que la parte del cerebro encargada de las tareas continuas, como la percepción sensorial, está acostumbrada a tratar con una gran cantidad de información, visual, auditiva y demás datos del entorno. Cuando esta información escasea, los diferentes sistemas nerviosos que alimentan al procesador central del cerebro siguen disparándose, pero lo hacen sin sentido. Entonces, luego de un tiempo, el cerebro empieza a darles sentido, a buscarles un patrón, y así es como crea imágenes enteras a partir de imágenes parciales.
Una investigación reveló que el estrés derivado del aislamiento social altera el proceso madurativo de los oligodendrocitos (forman la mielina o sustancia blanca del cerebro, también conocida como glía) y también la secuencia de las células productoras de mielina.
A medida que se envejece, lo normal es que haya mayor compactación, pero cuando el aislamiento social interfiere, la condensación de la cromatina se reduce. En consecuencia, los oligodendrocitos producen menos mielina en un proceso reversible, ya que tras un nuevo periodo de integración social de los animales que fueron aislados la producción de mielina de sus cerebros se normalizó.
Esto sugiere que la intervención ambiental es suficiente para revertir las consecuencias negativas del aislamiento social adulto. En estudios previos sobre los efectos del aislamiento social en el cerebro ya se había demostrado que la exclusión social ocasiona transformaciones cerebrales que provocan incapacidad de decisión y una disminución de la capacidad de aprendizaje y fallos en la capacidad de autocontrol.
Los biólogos creen que las emociones humanas evolucionaron porque ayudaron a la cooperación entre nuestros primeros ancestros, los cuales se beneficiaban de vivir en grupos. Su función principal es social y si no existe un intermediario que nos ayude a saber si nuestros sentimientos de miedo, ira, ansiedad y tristeza son apropiados, en poco tiempo las emociones distorsionan la identidad, alteran la percepción o nos vuelven profundamente irracionales.
¿Qué podemos aprender de esto? Lo obvio es que, como regla general, somos considerablemente inferiores cuando nos separan de los demás.
El aislamiento social y un entorno desprovisto de estímulos afectan el desarrollo de las células aisladoras del cerebro. De hecho, parece que hay un período distintivo en el que las experiencias sociales contribuyen a la maduración apropiada de estas células.
Comparados con ratones que fueron criados con compañeros de juego y un abastecimiento rotativo de juguetes, los individuos aislados experimentaron cambios en la función cerebral que no pudieron ser revertidos, reubicándolos luego en un entorno más social y estimulante.
Tal como dice el escritor Thomas Carlyle, el aislamiento suele ser "la desdicha total", y quién dude que compartir es crecer, conocer es aprender y aislarse es perder, es porque tiene arraigado creencias falsas que desechan el valor de la colaboración y de la innovación para crear y construir.
La inclusión es una expresión corriente que se refiere a la participación en los diferentes círculos de los que se forma parte, ya sea la familia, la escuela, la universidad, el entorno laboral o el barrio en el que se vive.
Tanto la exclusión o la inclusión se ha ido convirtiendo en uno de los fundamentos de las políticas sociales, ya que la persona con aislamiento social, bien sea debido a su situación económica, su género, religión, raza, problemas de salud o nivel de formación, no está en las mismas condiciones que los demás miembros de la sociedad para obtener los mismos beneficios sociales. A esta discriminación hay que añadirle ahora un nuevo elemento: el déficit neuronal que padecen estas personas, que las hacen más débiles y menos inteligentes para tomar decisiones que afectan a sus vidas.
Sin embargo, también a partir de eso, es posible valorar una faceta positiva al severo problema: es posible conectarse y encontrar consuelo más allá de uno mismo, incluso cuando se está solo.
Ser mentalmente fuertes y estar preparados ayuda, pero no es correcto subestimar el poder de la imaginación para derrumbar muros de prisión, penetrar cuevas heladas o crear compañeros de viaje y transformarlos en acompañantes.
Fuente: DR. LUIS M. LABATH