Clusters latinoamericanos

¿En qué se parece un brasileño a un boliviano? ¿Un argentino a un guatemalteco? ¿Un chileno
a un cubano? En muy poco. Es peor si buscamos el parecido de un nordestino brasilero, habitante
del sertao, con un gaúcho casi alemán de Rio Grande do Sul; de un andino de La Paz con un
tropical cruceño boliviano; o de un regiomontano, de la seca y muy desarrollada Monterrey
con un chiapaneco mexicano selvático y pobre. Quizás aquí la conclusión es que no existe una
Latinoamérica y ni siquiera una nación brasileña, mexicana o boliviana.

Afortunadamente, las verdades son relativas, pues nuestra cercanía es infinitamente mayor que la
de alemanes con franceses o con portugueses, e incluso que la de un suizo alemán de Zurich con
un suizo italiano de Lugano. Mientras a ellos los diferencian razas, idiomas, costumbres y siglos de guerras, a los latinoamericanos nos une un –casi– mismo idioma, una misma historia y hasta un
nivel de desarrollo parecido.

Felizmente, en esta Latinoamérica de naciones a la vez diferentes y similares es posible identificar
tres clusters de consumidores, basados en las herencias recibidas de las tres raíces culturales más
importantes, la indígena, la africana y la europea.

Está la Latinoamérica indoeuropea, donde conviven fuertemente la parsimonia, el apego a la
naturaleza y el sentimiento melancólico del indio inca, maya y otras grandes culturas, con el
sentimiento cartesiano y cuadriculado de los conquistadores europeos. Bolivia, Perú, Ecuador,
Guatemala, Honduras, El Salvador y México son los grandes representantes de ese cluster, de
fuerte raíz ancestral y estratégicamente diferente del resto del mundo.



Tenemos la Latinoamérica afroeuropea, en la cual la espiritualidad, la sensualidad y el ritmo
de los esclavos africanos se mezclaron con la practicidad europea, luego contagiando con sus
enfermedades a los indígenas. En Brasil, República Dominicana, Cuba, Puerto Rico, Panamá,
Venezuela y otros países del Caribe se encuentra fuertemente ese mestizaje americano, que tiene
un gusto por la vida tan grande que es la envidia de los países desarrollados.

Existe también una Latinoamérica europea, en donde los migrantes de ultramar se mezclaron
entre ellos con gran fantasía. Así, en Chile, Argentina y Uruguay, y hasta Costa Rica, se
mezclaron italianos, ingleses, españoles, alemanes y uno que otro europeo oriental, tanto que
Jorge Luis Borges, al ser preguntado de dónde descienden los argentinos, contestó, lentamente,
que descienden de los barcos. Si bien no tienen la ventaja de ser diferentes a los europeos de
Europa, tienen una cercanía cultural que les facilita las relaciones comerciales con ellos.
¿Y Colombia? Quizás en algún lugar entre las Latinoaméricas indoeuropeas –por sus zonas
andinas– y afroeuropeas, por sus costas pacíficas y atlánticas.

Agrupar a los países con base en la cultura podría hacer más eficientes las estrategias corporativas,pues sabemos que una publicidad mexicana funcionará mucho mejor en Lima que en BuenosAires, y un producto preparado para Brasil marchará mejor en Caracas que en Santiago. Sin olvidar, por supuesto, que un gerente acostumbrado a tratar con bolivianos se sentirá más cómodo coordinando con  hondureños que con ejecutivos dominicanos. A fin de cuentas, las verdaderas distancias del mundo de hoy no son las físicas, sino las culturales.

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